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Un hotel a las afueras de Londres. Gontzal en la habitación de Mireia y Elizabeth, a espaldas de sus profesores. Hay mucho que celebrar, y hay música, bebidas y embutidos traídos en una maleta, tienen diecisiete años y solo les importa lo que está dentro de esa habitación (porque todo lo demás da lo mismo). “Miro al frente y me gusta lo que veo” sitúa a tres amigos de siempre en un entorno en el que no han estado nunca, ante unos horizontes que jamás han pisado. A las puertas de su edad adulta, en una ciudad extranjera, viven la que será su última noche juntos. Es el fin de una etapa y también el fin de una amistad: no lo saben y pasará tiempo hasta que se den cuenta. Un aviso de bomba, falso o verdadero, hace desalojar los once pisos del hotel. Abstraídos en su propio mundo, y olvidados por los demás, quedan aislados en lo alto de la torreta mientras el caos se desenvuelve a sus pies.
Itinerario
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